5.05.2008

RÁBIDA

















La noche calló enseguida, ya he dicho antes que en Ecuador anochece todo el año entre las 6 y las 6:30. Después de una buena cena nos fuimos marchando a los camarotes. Pudimos sentir como arrancaban los motores y nuestros sueños eran acunados por el suave movimiento del barco en dirección a Rábida.

Cuando despertamos al día siguiente el barco estaba en silencio, hacia mucho tiempo que los motores del barco habían dejado de funcionar. En cubierta pudimos contemplar el extraordinario paisaje de esta maravillosa isla, a unos 1000 metros de nuestro barco. Como casi todas las islas de Galápagos, con su pequeña montaña, en este caso cortada verticalmente por una de sus vertientes, dando paso a una impresionante playa de arena roja.

En cuanto nos dejaron las zodiac en la playa, siempre descalzos al desembarcar, Miguel Pablo y Hugo chapoteaban por la orilla. A unos 20 metros teníamos unos cuantos ejemplares de leones marinos, uno de ellos de considerable tamaño. Nos acercamos lentamente pero apenas se inquietaban, Hugo apenas podía contenerse y era retenido por Marga para que no saliera corriendo en dirección de los animales. Aprovechamos y nos hicimos unas fotos con ellos.
Los doce pasajeros del barco con nuestro guía fuimos recorriendo esta playa lentamente ante las atentas explicaciones de nuestro guía. Allí donde terminaba la arena de la playa y empezaba la vegetación estaba plagado de toda clase de nidos de diferentes aves, pero sobre todo inmensos Pelícanos con sus blanquísimos polluelos. El guía se encargaba de que nuestro acercamiento no llegara a ser intrusivo. Aunque a os animales no parecía importarles mucho nuestra presencia. De vez en cuando desembarcaban en la playa nuevas familias de leones marinos y focas, algunas con sus crías.
Miguel y Pablo (10 y 7 años) se turnaron para hacer fotos y Hugo (14 meses) quería tocarlo todo, incluso con permiso del guía acarició suavemente a un león marino. Este fue un momento gracioso para el grupo, ya que tanto la cría de león marino así como Hugo estaban dispuestos a saltarse el protocolo se buscaban desesperadamente y nerviosamente para verse a un palmo de distancia, la cría de león moviéndose a saltitos hacia Hugo, y este intentando tirase hacia ella. Parecía que se habían reconocido en su igualdad de condición de cachorros muy graciosos, los dos con facciones de cría, los dos con los ojos muy negros, los dos con movimientos de bebe. Ante esta situación el guía no tuvo más remedio que dar el visto bueno a esta complicidad tan especial.

Después de este recorrido fascinante por la playa de Rábida, el guía nos llevo a dar una vuelta por la isla. Vimos más aves y más vistas preciosas desde arriba. A mitad de recorrido Hugo ya estaba en los brazos de Morfeo, las experiencias anteriores habían sido muy fuertes. Marga y yo nos turnamos para llevarle en brazos.
Después de recorrer la isla, llego el momento de bañarnos su playa roja, mientras Hugo dormía en una toalla. Los primeros en bañarnos fuimos Miguel Pablo y Yo, sacamos las aletas y las gafas y nos dispusimos a explorar los fondos. Allí encontramos erizos de tamaño colosal, y estrellas de mar preciosas, pero lo más divertido fue comprobar como los leones marinos jugaban con nosotros. Se dirigían en línea recta hacia ti por debajo del agua, y en el último momento se desviaban y te rozaban, así muchas veces. Pablo Miguel y las niñas francesas apenas salían del agua ante tal entretenimiento. Al rato me toco estar con Hugo y Marga aprovechó para bañarse y jugar con los leones marinos.
Ese día teníamos unos 23 o 24 grados, y tan pronto salía el sol como estaba nublado.
Después de esta ver la preciosa isla de Rábida volvimos al barco para comer. Por la tarde visitaríamos la isla de Bartolomé.



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